Para los arqueólogos, como para cualquiera que piense en ello, los restos óseos de los seres humanos son testigos de una época, de una cultura y de un precedente social. Sin embargo, en nuestra actividad, a menudo este tipo de testigos materiales forman parte de un contexto en donde es posible interpretar múltiples aspectos, como por ejemplo, los antiguos hábitos alimenticios, ciertas enfermedades o su disposición funeraria. De hecho, hasta nos resulta importante saber si a esa persona se le enterró sola, acompañada, con joyas, con animales, etcétera.
Tenemos que mencionar que en la jerga arqueológica a los muertos se les llaman entierros, a cada entierro se le nombra con números y claves que obedecen a una cédula de registro –seguramente que si conociéramos sus nombres de pila los llamaríamos así, pero no es el caso–. Éstos se excavan, se miden, se limpian, se restauran y se les toman muestras para resaltar aún más los detalles referentes a la edad, el sexo o su antigüedad. Se trata de una tarea que se realiza con la ayuda de la Antropología Física, es ella quien se encarga de los estudios más profundos, después pasamos a la clasificación, es decir, al llenado de las formalidades: a qué cultura pertenció, qué edad aproximada tenía, si era hombre o mujer y si nos va bien, tal vez sepamos de qué o cómo murió; así se trabajan, grosso modo los entierros, osea, los muertos.
Pero, ¿dónde queda aquella costumbre funeraria que nos lleva a pensar en la existencia de un lugar después de la muerte? Gracias a la interdisciplinariedad de la Antropología sabemos que para muchas culturas de México los muertos han sido venerados a lo largo del tiempo y su festividad forma parte de un legado aún vigente visto como un rico tesoro que habrá que conservar.
Muchas culturas han dedicado sus muertos a los dioses y las culturas de México no son la excepción, los Aztecas creían que los muertos que no morían en sacrificios o en la guerra iban al Mictlan, el noveno piso del inframundo. Los Mayas celebran aún –desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre, fecha en que a los difuntos se les permite visitar a su gente– el Hanal Pixán o “comida de las almas”, una forma de recordar a los familiares y amigos que han fallecido.
En todo México se celebran a los muertos y más allá de los estudios arqueológicos en donde emanan datos duros acerca del comportamientos social y cultural de las sociedades prehispánicas, la historia nos refleja un ritual, el ritual de la adoración a nuestros muertos, el cual cada año se lleva a cabo.
La importancia de la arqueología para con los muertos es su estudio, pero también la valoración de festividades y rituales que se llevan a cabo en su nombre. Y no cabe duda de que hay que celebrarlos, la muerte siempre trae sorpresas, para el que muere y para el que se queda, pero sin duda el que se va deja más de lo que se lleva a la tumba. A los muertos y a los que se quedan a honrar y recordar su ausencia, MANDARINA les desea un buen reencuentro.
O. Mauricio Medina
MANDARINA